El peregrinar de Abram en Egipto y en Gerar
Génesis 12:10-20 y 20:1-18
La Biblia no tiene héroes como otras literaturas los tienen. Es la historia de la salvación por medio de Jesucristo, y Jesucristo es mucho más que un héroe. Dios para realizar sus propósitos, emplea hombres, muchos de ellos creyentes, pero no lo son por sus propios méritos, sino por la gracia de Dios. A fin de que entendamos eso, la Biblia presenta a estos personajes con todos sus pecados y debilidades. El Espíritu Santo, autor de la Biblia, no quiere que tengamos héroes. Quiere que nuestra fe esté en Dios.
La Biblia no nos presenta héroes, y debemos entender que ningún siervo de Dios lo es por sus propios méritos.
Veamos un poco de la vida de Abraham uno de los personajes más destacados de la Biblia.
- Abram no se comporta como el verdadero dueño de la tierra.
Para empezar nuestro capítulo empieza diciendo que Abraham partió de allí, caminando y yendo hacia el Neguev o sea hacia el sur, hacia la frontera sur de la tierra que Dios le había prometido, estaba en el centro de Canaán, pero se fue hasta la orilla y no se comportó como el verdadero dueño de la tierra.
Pequeñez de la fe de Abram
Abram fue forzado a escoger: quedarse en la tierra de promesa y arriesgarse a morir por inanición o reubicarse temporalmente en Egipto y arriesgarse a morir en manos de enemigos extranjeros. Abram acababa de recibir la promesa de Dios de que se convertiría en una «gran nación», pero tal futuro ahora se presentaba peligroso.
¿Cómo es posible que una persona que iba marchando, cruzando medio mundo, porque Dios le dijo que lo hiciera, pudiera caer tan bajo como para exponer a su esposa a tal degradación? Por el miedo, el temor y la cobardía. En lugar de permanecer firme en la fe, Abram permitió que el temor influyera en su vida y escogió ir a Egipto por sobre la promesa de Dios.
Abram temía por su vida. Tenía razón de hacerlo porque, él sabía que, según las costumbres de aquel tiempo, al matar al jefe de una tribu, todas las posesiones llegaban a ser propiedad del conquistador, incluyendo a su esposa.
El hermano de “la jefa”, sin embargo, recibiría favores y regalos y no habría razón para matarlo. Abram entonces decide que es preferible pasar como hermano de Saraí y no como marido, ya que decirlo no era una mentira descarada, pues eran medios hermanos.
Había hambre en la tierra; no había suficiente pasto para los animales. En Egipto, donde la cosecha es asegurada por el riego del Nilo, abría pastos. Abram decide ir allá. Pero en lugar de confiar en el Dios quien le llamó, confía en su astucia. Al principio parece funcionar; el faraón le da regalos y buen trato. Pero Dios, a pesar de la perfidia de Abram, protege a Saraí, y la línea del pacto, en las dos ocasiones, con Faraón y con Abimelec (mi padre es dios), era un título semejante al de faraón, uno que usaban todos los reyes de ciertos países,
Dios muestra su soberanía y fidelidad y no permite que se realice la unión de Sarai con Faraón, ni con Abimelec. Abram la expone a esta deshonra, pero Dios no lo permite.
Abram y Saraí son “una sola carne”, son una unidad, una entidad. La promesa de que Dios hará de Abram una nación grande, lleva implícita la participación de Saraí, ya que ella y Abram son una sola carne. La infidelidad, la falta de fe de Abram no anula la fidelidad de Dios.
La sorprendente belleza de Saraí
En esta época tendemos a pensar en la belleza en términos muy restringidos. Pero, aún hoy en día, se entiende que la belleza de la hija del dueño del negocio no depende totalmente de los factores físicos. Es seguro que lo atractivo de Sara no fuera limitado a los aspectos eróticos que saturan nuestra cultura actualmente.
El nombre “Sara quiere decir “princesa”; parece que era una princesa hetea Ezequiel 16:3. Llevaba sangre real en sus venas. Era del norte, donde había poderosas fuerzas políticas e importantes nexos económicos. Además, las mujeres tenían la fama de ser muy blancas y muy inteligentes, lo contrario de la fama de las mujeres egipcias. Era una persona impresionante, de poderosa personalidad, que sería importante adición a cualquier corte. Más que un mero adorno, Sara agregaría gloria al palacio real, sea de Faraón o de Abimelec.
Para nuestros días
Esta historia bíblica ofrece un retrato mucho más humano de Abram luchando entre la fe y el temor. Aunque tal vez fallemos a Dios, él no nos fallará.
Solemos hablar de confiar en las promesas de Dios, pero raramente la confianza en Dios implica poner en riesgo nuestra vida. Pero esta fue la situación que enfrentó Abram en Génesis 12:10–20. Confrontado con circunstancias difíciles, Abram tenía que decidir si confiar en las promesas de Dios o tomar el asunto en sus manos.
Dios tiene un interés especial por su pueblo y siempre está en control de su destino. Sin importar lo que ocurra, guarda fielmente sus promesas hacia su pueblo.
Vivir en respuesta al llamado de Dios requiere que continuamente nos analicemos para no estar centrados en nosotros mismos.
Pero la fidelidad de Dios a nosotros asegura que incluso cuando nos hallemos fuera del sendero —sea por una decisión tomada en temor o un pecado que nos haya vencido— su gracia nos guiará de regreso a su voluntad.
Para nosotros, la promesa que Dios hizo a Abram encuentra su realización plena en Cristo (Gal 3:16). Por medio de Cristo no solo nos volvemos recipientes de la promesa de Dios a Abram sino que también herederos de la fidelidad que Dios mostró hacia él.
Podemos estar agradecidos, entonces, de que las perfectas promesas de Dios no dependen de nuestra fe perfecta.
En cambio, las promesas de Dios aseguran la perfección de nuestra fe por medio de la obra redentora de su Hijo (Heb 12:2).
“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Heb 12:2)
