Saludando las promesas

Génesis 25:1-34

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.” Hebreos 11:13

Introducción

El capítulo 25 completa la transición del “ciclo” de Abraham al de Isaac. En este capítulo se juntan varios párrafos de información que no parecen ser parte de la narrativa del pacto, pero que son necesarios para comprender la importancia del pacto.

  1. El otro linaje de Abraham

Siendo viudo, Abraham toma otra mujer, a Cetura. Debemos recordar que, en términos de la cultura de aquel entonces, Agar nunca fue su esposa; siempre fue la esclava de Sara. Ella fue la “subrogada”; prestó su útero a su ama para darle un hijo a su marido. Todo fue arreglado por Sara y, aunque hoy en día lo juzguemos diferentemente, no se le consideró esposa de Abraham.

Sin embargo, la línea del pacto fue establecida por Sara y su hijo prometido, Isaac. No puede haber dos líneas del pacto, por eso ni Cetura ni Agar puede ser la tata-bisa-buela del Mesías.

Esto no quiere decir, por supuesto, que los otros hijos de Abraham no pueden creer ni participar en el pacto; solamente quiere decir que no estarán en la línea que conduce al cumplimiento de la promesa en el nacimiento de Aquel en quien todas las naciones serán benditas.

Isaac era el heredero de Abraham y portador de la promesa, los otros hijos recibieron “dones” de su padre, quien “los envió lejos de su hijo”. La razón es que la tierra   prometida fue ofrecida al pueblo portador de la promesa, o sea Jacob/Israel.

Abraham tiene cuidado para proteger este aspecto de la promesa. Hemos de suponer que Abraham explicó todo esto a sus hijos y nietos, pues según el texto conoció a sus nietos tanto de Cetura como los de Agar.

Algunos de ellos llegaron a ser pueblo importantes, como los nombres indican, pero en general no creyeron. Dios, por una providencia especial, protege el linaje de la promesa y lo mantiene en la fe. Del linaje de la promesa Abraham no vio nieto. Su fe fue probada hasta el final.

  • La muerte de Abraham

El texto bíblico dice que Abraham murió “en buena vejez”, anciano, y lleno de años”. Podemos agregar que en sus 175 años también se llenó de experiencias. Podemos imaginar que las contaba a sus hijos, pero que solamente Isaac escuchaba con interés, a los demás no les importaba eso del pacto y la promesa.

Sin embargo Ismael se unió con Isaac su hermano para dar sepultura a su padre. Tenemos que recordar que Abraham ya había enviado lejos  a sus otros hijos. Le sepultaron a Abraham junto con Sara en el único terreno del cual fue dueño, en la cueva de Macpela. Allí esperan el día en que todos los creyentes en Cristo, junto con ellos, heredaran toda la tierra. En su vida vieron “las arras” de la promesa. Ahora esperan su resurrección en Cristo. Y mientras, viven con Él.

  • Los verdaderos nietos de Abraham

Dios también prueba la fe de Isaac y le enseña paciencia. Rebeca era estéril. El único hijo del pacto queda sin prole. Parece que Isaac había aprendido de su padre que no vale hacer las cosas al estilo del mundo y no toma otra mujer. Más bien, hace lo que conviene al portador de la promesa  e hijo del pacto: ora a Dios. Dios oye la oración. Una tradición bíblica dice que “fueron y oraron juntos”. La expresión bíblica es muy interesante. Dice: “y lo aceptó Jehová”. Dios cumple con sus promesas, pero la oración del creyente, basándose en la promesa, es parte de la realización de los planes de Dios.  Unos veinte años después de casados Isaac y Rebeca tendrán familia.

  • La lucha interna

Dios oyó las oraciones de Isaac y Rebeca, pero la experiencia de Rebeca la hizo pensar que posiblemente se había equivocado. En el vientre de Rebeca empieza una lucha entre los mellizos que se estaban gestando. Mejor estar muerta, pensaba ella, que experimentar lo que sentía. Pero, sabía que hacer: consultó a Jehová.

Dios informa a Rebeca que será madre de mellizos. Los hijos son dos naciones en pugna, dice el Dr. Nyenhuis que representan la lucha entre el “espíritu” y la “carne”, entre los que cuidan el pacto y los que lo quebrantan. Sin embargo, la promesa que Dios le da a Rebeca es que Él mismo cuidará a su  pueblo.

Uno de los hijos, el menor, el más débil, será el triunfador. El llevara la promesa, será el portador del pacto, y el otro, el mayor y el más fuerte, será la oposición. No obstante, los propósitos de Dios no fallarán. Al nacer les dan nombres a los hijos de acuerdo con la perspectiva humana. Esaú es nombre que indica admiración y aprobación; Jacob es algo despectivo. Pero, el nombre “Jacob” es profético.

 El precio de la primogenitura

Los niños crecen de acuerdo con el pronóstico humano; Esaú es todo un muchacho admirable, inteligente y varonil, y logra impresionar a su padre, mientras Jacob es el preferido de su mamá. ¿Será que ella entiende algo de la profecía? Pero la situación no conduce a una vida familiar armoniosa.

Esaú se vale por sí mismo. Es todo un hombre, y muy materialista. Quiere satisfacer sus deseos, de inmediato. El futuro, más allá de esta vida, no le interesa. Hay que aprovechar el momento. Esta vida es la que vale. “Yo voy a morir, dice él, y no me interesan las promesas de un reino que tiene que ver con varios siglos y generaciones después de ahora. Mejor disfrutar el ahora”. Con esta actitud vende la primogenitura, las promesas del pacto, por un plato de lentejas. Este es el valor que Esaú dio al pacto que Dios hizo con su abuelo, Abraham.

Fuentes:

Nyenhuis Gerald “Origen de la promesa evangélica” Tomo II, Publicaciones el Faro, S.A. de C.V. Mayo 2000.

Henry, M., & Lacueva, F. (1999). Comentario Bı́blico de Matthew Henry . 08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE.

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